"Terrícola, da un paso al frente", me dijo con voz firme, atenazado por el miedo obedecí su orden. Sin duda alguna era una mujer increíble, no sólo se burlaba de aquella noche invernal vistiendo un minúsculo bikini, sino que además era realmente bella, un rostro angelical acompañado de un cuerpo de infarto, un cuerpo en el que destacaban dos maravillosas tetas que, obviamente, no eran de este mundo. "Acabas de entrometerte en nuestros planes, miserable sabandija, había camuflado la nave en este bosque utilizando nuestras avanzadas técnicas miméticas y tú te has ido a estrellar contra ella, ahora me llevará un tiempo reparar mi vehículo hipersónico", en ese instante me temí lo peor, sentí lo mismo que cuando mi profesora de matemáticas me ridiculizaba delante de toda la clase. "Dígame qué puedo hacer para ayudarle, señorita, lamento mucho todo lo ocurrido y me encantaría ser de ayuda, siempre y cuando su causa sea noble", señalé intentando solucionar el lío con mi labia de vendedor. "Mira patán, esta nave se alimenta de fluídos orgánicos, no necesitamos combustibles como vosotros los humanos, así que cuando haya reparado la avería necesitaré rellenar el depósito", apuntó educadamente mi querida extraterrestre. "¿Fluídos orgánicos? No entiendo cómo puedo ayudar, pero cuente conmigo, haré cuanto esté en mi mano. Yo también necesito continuar con mi viaje, si pudiese acercarme a mi destino en su nave me haría un gran favor. Apenas me quedan doscientos kilómteros, ¿qué es eso para una nave hipersónica?", le rogué encarecidamente. "Mmmmm, bien, estoy de acuerdo. Vigila la carretera, no es conveniente que nadie nos vea aquí, me llevará una hora arreglar el golpe, después necesitaré tu colaboración.", no me pareció mal trato, así que permanecí sentado en el arcén de aquella desierta carretera, tiritando mientras fumaba un cigarro tras otro. Trancurrida una hora la mujer misteriosa volvió a aparecer, algo había cambiado en su rostro, parecía más relajada y se diría que acariciaba lentamente su delantera mientras emitía sonoros gemidos.
Me froté los ojos para comprobar que realmente todo aquello no era producto de mi imaginación y me acerqué lentamente a aquella mujer sobrehumana. "No tengas miedo, rata humana, no te voy a hacer daño, más bien voy a darte el mayor placer que hayas tenido nunca", no sabía si era una proposición o una amenaza. "Pero ¿quién eres?, ¿qué quieres? y, sobre todo, ¿por qué estás tan buena?", le espeté con toda mi sinceridad; aquello le hizo reír. "Verás, insignificante ser, procedo de un planeta que está a dos millones de años luz de la Tierra, he hecho un viaje muy largo, no tengo nombre, en mi planeta no los usamos. Estoy aquí para estudiaros, no pretendemos haceros daño, sólo conoceros. En cuanto a mi aspecto físico te diré que somos parecidos a vuestras babosas y que no tenemos sexo, pero sabemos algo de vuestro comportamiento y conocemos vuestras debilidades, de modo que este es mi aspecto durante mi estancia en la Tierra, me alegra que te guste", por primera vez la vi sonreír. "Vaya, me dejas más tranquilo, y ahora dime, ¿cómo puedo ayudarte? antes dijiste algo de repostar...", no me dejó terminar la frase. "Necesito que extraigas mi fluído orgánico para alimentar el depósito de mi nave", aclaró. "¿Qué tipo de fluído, mocos?", indagué preocupado. "No imbécil, mis jugos sexuales", un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Sin haber terminado del todo su frase se abalanzó sobre mí, aplastando con fuerza sus enormes tetas contra mi cara; sin duda estas extraterrestres conocían nuestras debilidades, no había mentido. Un enorme pezón me rozó los labios y yo abrí mi boca para recibirlo, aquel apéndice, contento, se endureció y palpitó al contacto de mi lengua. La marciana deslizaba la mano por debajo de mi pantalón hasta toparse con la parte más dura de mi cuerpo en esos instantes, aquélla que también se alegraba mucho de verla, mis labios liberaron su pezón y nos fundimos en un húmedo beso. Confieso que disfruté con aquellas domingas, las chupé, las pellizqué, las mordí, me las puse en la cabeza a modo de boina, froté mi cara contra ellas, introduje mi rostro hasta las orejas en medio de aquel canal de lascivia y placer; en definitiva, agoté mi repertorio mamario con aquella Venus de las estrellas. Ella parecía gozar con mi pasión por sus pechos, notaba como su sexo, de apariencia humana, se humedecía cada vez que arremetía contra sus tetas en uno de mis feroces ataques sexuales. Finalmente decidí introducir mi pene en medio de aquellos senos galácticos y allí, en medio de aquella esponjosa calidez, entregué mi néctar amatorio tras unos cuantos embates de mis doloridas caderas. No bien hube vaciado todo mi ser sobre sus tetas, noté cómo de su entrepierna brotaba un jugo espeso, un caldo que olía a vainilla y que ella, entre aparatosos estertores, se esforzó en vertir dentro de una botella. Exhausta, se desplomó y tardó unos segundios en recobrar el conocimiento, yo le di un beso y ella me devolvió una bofetada, "No me babosees, mamarracho, ahora necesito recuperarme", es todo cuanto me dijo.
Transcurrida una hora, durante la cual yo permanecí en silencio, dilucidando acerca de mi suerte y de cómo podía morir víctima de sofisticadas y avanzadas técnicas de tortura, la cachonda del espacio volvió en sí y recuperó su rictus rígido y amenazante, todo rastro de erotismo había desaparecido de su rostro. Eso sí, la extraña amazona galáctica cumplió escrupulosamente el trato, tras arreglar su nave me condujo a mi destino, al cual llegamos con tal celeridad que aún tuve tiempo de echar una cabezada. Al día siguiente estaba en un despacho intentando vender nuestros productos a aquel dóberman con corbata. Nada más entrar me preguntó por el viaje, sabía que me había merendado un buen puñado de kilómetros para llegar a su guarida, confundido todavía ante todo cuanto me había ocurrido, sólo acerté a decir: "¿el viaje? Movidito". Me volví a casa sin vender nada.
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